Exponer los problemas emocionales en la red tiene implicaciones que van más allá de comunicar lo que uno siente. Este comportamiento, al que se ha denominado sadfishing, es cada vez más común, y al mismo tiempo polémico. Reflexionamos lo que –entre líneas–- revelan aquellas tristezas de la red.
Por Martha Dubravcic. Fotos: 123rf
Hasta hoy me llama la atención la recurrencia con la que una amiga publica en historias de Instagram. Sus estados de ánimo alterados por el dolor, casi siempre por algún evento que tiene que ver con su ex marido y la “irresponsabilidad” de él como padre de un niño con discapacidad. La ira e impotencia de sus mensajes contenidos en un lenguaje crudo y lacerante siempre me llevaban a preguntarme qué ‘ganancia’ obtenía al publicar aquello que, según la mayoría, incumbe a la privacidad y en último caso a la justicia.
Poco después me encontré con alguna información y análisis sobre el tema y saltó a la vista el nombre de la conducta: sadfishing. Resulta que el término es relativamente nuevo, de comienzos de 2019, y fue acuñado por la escritora Rebeca Reid que lo define como “la acción de publicar problemas emocionales en internet con el objetivo de despertar compasión o la atención en la comunidad de internautas”, (Christopher Hand; bbc.com).
Si lo que estas personas buscan es atención, probablemente la tendrán; y, aunque la calidad de atención que reciban pueda ir desde el morbo hasta la compasión, pareciera que no importa.
El ojo ha sido puesto principalmente sobre famosos y celebridades y la polémica se ha abierto como alas de una mariposa. Cuando Justin Bieber compartió sus problemas de salud mental en la red, despertó compasión en la misma medida que reproches y acusaciones de sadfishing; decían que sus publicaciones eran dramáticas y exageradas. Muchos políticos también han publicado en sus redes sociales detalles de su vida que exponen su vulnerabilidad. Mostrar el dolor propio para muchos es honesto y transparente, mientras que para otros es una búsqueda desesperada de atención, compasión e incluso dinero. Ahí es el punto donde el tema se bifurca.
Carla, de 22 años, comparte en redes sociales sus estados emocionales que constantemente reflejan tristeza, amargura y soledad. No se trata de un emoji que refiere “Carla se siente triste”, sino de textos elaborados con detalle y cargados de emoción, junto a fotos de sí misma llorando o con la mirada extraviada. Pude preguntarle acerca de su motivación para publicar y, aunque en principio su respuesta solo aseguraba que es así como se siente, pude mostrarle que no cuestionaba su tristeza sino que quería entender qué la llevaba a publicarla. Finalmente, me reveló que solo con el hecho de publicar se siente acompañada por alguien o por muchos. Que los comentarios de personas conocidas y hasta desconocidas le resultan consoladores, que uno que otro consejo –a veces enviado en privado– suele poner en práctica y le hace bien, y, quizás lo más revelador, siente que es importante para alguien, aunque ese alguien sea eso, solo un pronombre indefinido.
Entonces cada publicación que expone el dolor propio contiene una búsqueda. ¿De qué? De atención o de compasión. ¿Por qué tantas personas escogen esa vía? Aunque los estudios acerca del sadfishing son aún escasos, hay un paralelismo entre esta conducta y las que buscan llamar la atención. El psicólogo Christopher Hand indica que la búsqueda de atención está asociada con baja autoestima, soledad, narcisismo o maquiavelismo (el deseo de manipular a otras personas).
Si seguimos este análisis, podríamos relacionar que las publicaciones de problemas emocionales –momentáneos o duraderos– tienen su origen en un sentimiento de soledad y baja autoestima y en algunos casos podrían ser manipulatorios; es decir, que buscan conseguir algo.
Un vacío emocional y la dificultad para construir vínculos reales también podría ser la motivación para que muchas personas publiquen sus penas y expongan su vulnerabilidad. Cuando una persona no ha construido vínculos afectivos sólidos (amistad, familia, etc.), puede ver en el universo de las redes una posibilidad para encontrar esas respuestas, consejos e incluso la ilusión de afecto, cuando atraviesa problemas.
Por supuesto, también hay perspectivas distintas. Hay quienes ven en esta actitud solo una modalidad más de compartir información y señalan que esta puede ser genuina. Incluso esta mirada defiende la libertad de publicar y alerta de que bajo la acusación de sadfishing y de querer llamar la atención, muchas personas realmente vulnerables resultan ignoradas.
“En muchos sentidos, el acto en sí mismo comienza a cosechar sus recompensas tan pronto como le das el botón de ‘enviar’; sacas algo profundamente personal de tu pecho y lo muestras al mundo. Algunas personas encuentran consuelo en los likes y comentarios que vienen después”. Este argumento, tomado del artículo ¿Qué es el sadfishing? explicamos el último fenómeno online (i-d.vice.com), muestra una nueva posibilidad: que lo liberador sería el acto de publicar –la pulsión al botón– y no necesariamente las respuestas que la persona obtiene.
¿En qué momento podríamos decir que este comportamiento sobrepasa los límites aceptables de la salud y de la ética?
Cuando el comportamiento es recurrente e intenso, cuando el lenguaje carga una emocionalidad extrema, cuando la persona genera una gran interacción en redes alrededor de su situación, quizás podríamos preguntarnos si ello no refleja un problema más profundo, como algún trastorno de personalidad. Hand habla, por ejemplo, del trastorno histriónico de la personalidad, que se caracteriza por la necesidad de aprobación excesiva, por el dramatismo y el anhelo de valoración.
Hay casos en que el sadfishing podría expresar problemas más serios, como el trastorno histriónico de la personalidad, que se caracteriza por la necesidad de aprobación excesiva, por el dramatismo y el anhelo de valoración. La persona, entonces, busca respuestas en las redes sociales, donde se supone encuentra atención.
Por otro lado, cuando lo que la persona busca es manipular a otras para conseguir algo, por ejemplo dinero, estamos frente a otra alerta. Es cierto que puede ocurrir una necesidad real de dinero, pero si para conseguirlo existe manipulación emocional, el caso es distinto.
Y tema aparte es el ético. Cuando Kendall Jenner publicó cómo se sentía alrededor de su problema de acné y la afectación que tenía sobre su salud emocional, estalló la bomba luego de que se supiera que había sido pagada por una marca de productos contra el acné. Se generó entonces una nueva discusión: las penas, las emociones y el dolor ¿tienen precio?
Ocurre muchas veces que la búsqueda de atención puede generar el efecto contrario, es decir la crítica o el reproche con todas sus variables. Cuando el sadfishing resulta exagerado y muy repetitivo, es probable que la persona logre llamar la atención al principio y que luego genere desconfianza; entonces el objetivo no se habrá cumplido. Luis Martínez-Casasola (en psicologiaymente.com) manifiesta que existen personas que aprovechan este tipo de publicaciones no para mostrar su simpatía con el otro, sino todo lo contrario; es decir, que aprovecharán para atacarlo, dado su aparente estado de vulnerabilidad emocional. Según el especialista, este es uno de los peligros más frecuentes del sadfishing, ya que puede convertir al autor de las publicaciones, que solo buscaba atención positiva, en el blanco de los ciberacosadores, para dar rienda suelta a su agresividad, en este caso mediante comentarios humillantes. Pero quizás el peligro más grande sea el que, sin saberlo, las personas que publican sus problemas están poniéndose a la vista ante depredadores sexuales o pedófilos que exploran las redes personas emocionalmente vulnerables.
Finalmente, si bien hay que ser cuidadoso con los contenidos sobre problemas emocionales, no debemos suponer que siempre hay una intención oscura en esas publicaciones. Será más responsable poner atención antes de emitir la censura, y en todo caso ser respetuosos con la persona. Lo que queda claro es que la presencia de los dolores en las redes sociales no es algo neutral; algo –genuino o no– le ocurre y es lo que la lleva hasta ese lugar. Consciente o inconscientemente, con intención o sin ella, la vulnerabilidad expuesta siempre dice algo de alguien.
Prestar atención será mejor que ser indiferentes. De ser el caso, si es una persona conocida o cercana, tendremos más elementos y más oportunidades de prestarle nuestra escucha y de convertirnos en ayuda, incluso si lo que estuviera detrás fuera un desorden más serio
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