
Por: Martha Dubravcic / Fotos: Getty Images y 123rf
La placidez del descanso y las vacaciones han cedido su magia a la velocidad e inmediatez de las redes sociales, pero lo más llamativo es que han sacrificado su esencia, y ahora ese maravilloso espacio de ocio, que habitaba en lo privado, es exprimido y expuesto en redes al más crítico consumidor. Más llamativo aún es que lo hacemos por voluntad propia.
La sorpresa del retorno a clases o el regreso al trabajo postvacación ha desaparecido; para nadie será una sorpresa nuestro relato de adónde fuimos, qué vimos y cómo lo vivimos; porque todo eso ya lo mostramos en redes sociales en tiempo real. Aquí hurgamos un poco en los motivos, la experiencia, lo que ocurre en el cerebro y las posibles consecuencias, no siempre amigables, de fusionar el momento del descanso relajado con el frenetismo de las redes sociales. ¿Qué ocurre en nosotros para que aquel placer privado, que muy bien recoge la expresión italiana como “dolce far niente”, sea trastocado para mostrarse al público?
LA PULSIÓN Y LA INTERRUPCIÓN
Aquella dulzura del ocio, aquel placer que produce el disfrutar el momento presente, de pronto se ve interrumpido por una fuerza casi instintiva, que impulsa a hacer algo, en este caso, a detenernos: ¡alto!, esperen, una selfie … no, salgo mal de ese lado, pero no se ve la comida ni los traguitos, mejor así, sonrían todos… silencio absoluto y clic. Luego los filtros, y ¡voilà! Minutos después inicia otra sensación en el cuerpo, una nueva pulsión por entrar cada segundo al dispositivo a ver quienes miraron la historia, quiénes reaccionaron, quienes comentaron y, seguramente, quienes en ese preciso instante están atrapados en la envidia.
Puede sonar cotidiano y simple, pero si estas escenas y conductas se repiten decenas de veces al día, la cosa es distinta; estamos frente a un fenómeno contemporáneo, más presente en los chicos y jóvenes, sí, pero en el que también los adultos resultamos envueltos. Es así, como una vacación o aquel momento de desconexión de lo laboral deja de ser eso para convertirse en una suerte de espectáculo mediático. Saborear la tranquilidad y disfrutar de los momentos en tiempo presente, queda en un segundo plano, porque el tiempo presente ahora se lo han tomado para sí, las historias inmediatas, los videos y retos de TikTok.
Resulta entonces que la ausencia de obligaciones que supone el tiempo de vacación se convierte en una rutina de imperativos, que incluye desde el qué lucir como vestuario (para la foto o el video), hasta qué pedir en la comida (porque si ayer subí en redes este delicioso platillo, hoy no puede repetirse). Aquí no hablamos del oficio de los influencers , pues en tal caso se trata de un trabajo, de una profesión, por así decirlo. Hablamos de la pulsión y la ansiedad que esto genera en cualquiera de nosotros, una suerte de estrés, que deja en segundo plano, o en último, la esencia del descanso, que es ausentarse de preocupaciones, para solo disfrutar y disfrutar.
En principio son espacios no coincidentes: la velocidad y la pausa, la privacidad y la exposición. Sin embargo, hoy estas contradicciones ya no existen. Vivimos el frenetismo de querer mostrar nuestra privacidad y si no es en tiempo real, sentimos que la atención de los seguidores se enfocará en otro que no soy yo, entonces habré perdido la carnada.
CADA POST BUSCA UNA LEGITIMACIÓN
Con cada historia, foto o video propio que publicamos en redes sociales hay algo que buscamos, a veces nos cuesta reconocerlo. Y, auqnue cada publicación dice algo de lo que somos, en realodad también dice mucho de aquello que queremos ser.
Para muchos, una forma de ser lo que soñamos es consiguiendo la legitimidad del otro, de ese que no se ve, que nos aplaude, nos comenta, nos reacciona o nos envidia. Como la realidad está hecha de percepciones, buscamos construir nuestra realidad con base en la percepción de los demás. Cada vez que subimos algo, es para los seguidores, es para ese “otro”, multitudinario e invisible, que finalmente tiene el poder de validarnos y confirmarnos que somos aquel ser glamoroso y pudiente, que tiene acceso a placeres y paraísos que otros no, y que goza la vida como nadie más.
Consultando a algunos veinteañeros sobre qué los motiva a publicar fotos e historias, concluimos que también es una forma de validar su propia realidad. Ellos sienten que, si no publican su vida, no pasó. Y nadie quiere ser irrelevante en este mundo. También para algunos, sobre todo jóvenes, publicar es una forma de confeccionar una historia propia, con una estética particular. "Veo mi feed como una obra de arte, que voy puliendo para darle un sentido a mis fotos y a mis historias", dice uno de ellos. Sin embargo, retornando al espacio de las vacaciones, de los momentos familiares y privados, nuevamente constatamos cómo, incluso en estos casos, lo esencial también se posterga, porque lo que importa ahora es registrar las imágenes, hacer buenas tomas y subirlas de inmediato.
En una ocasión, alguien comentaba que lo único que buscaba al subir fotos y videos era poder conservarlos y no perder esa memoria tan valiosa. Es una postura válida, sin embargo, debe haber algo más, puesto que, con seguridad, esa persona conocía de la existencia de la nube y de la posibilidad de tener una plataforma privada o restringida solo para su núcleo cercano. Quien busca tener un archivo personal no usa las redes, porque si de algo carecen las redes es de ese carácter “privado”.
VERANO EN REDES
Esto no es broma. Es un caso real de alguien que publicó en su Facebook, cuando las otras redes eran aún incipientes, fotos ajenas tomadas de algún sitio web, indicando que estaba vacacionando en algún lugar exótico del mundo. Quizás no tenía las destrezas para hacer un montaje, así que los paisajes eran solo eso, paisajes sin su presencia, pero la gente -su público- le creyó, le comentó, le aplaudió, le hizo preguntas, le dio “like”.
También, aunque esto lo supimos por un tercero, alguien solía tomar fotos de un coctel playero con linda luz solar, un close up con gafas y look “miamesco”, y posteaba: “disfrutando del sol de Miami”. ¿Qué buscan con ello? En estos casos la cosa es más complicada, va más allá de la búsqueda de validación, porque se está falseando la realidad: no hubo viaje, no hubo Miami, no hubo destino exótico, sino fotos bajadas de internet o tomadas en un escenario ficticio. Buscan, seguramente, crear una narrativa que los sitúe en un estatus determinado.
Algunos dirán que no es muy distinto de aquellos que publican cada que un verano les ofrece la oportunidad de vivir una experiencia magnífica. En este caso, lo hacen sin fabricar una historia y un destino, sólo “maquillándola” y añadiéndole un poco de luz, de color, y uno que otro filtro. Y volvemos a lo mismo, quizás se trata de crear una narrativa que tiene una dosis de verdad y otra de media verdad.
¡DOPAMINA AL CIEN!
Publicar la vida en redes sociales no tiene que ver sólo con mostrarse o no mostrarse, hay implicaciones biológicas que pueden explicar esta conducta. La dopamina es un neurotrasmisor y una hormona que se libera en el cerebro cuando percibimos estímulos novedosos, excitantes y que nos dan placer. Los estímulos que producen dopamina son aquellos a los que solemos acudir para aliviar algún tipo de malestar ya que nos dan placer inmediato. Lo curioso es que la dopamina se libera solo con pensar en ese estímulo, es decir cuando nos anticipamos e imaginamos algo placentero. En las redes sociales ocurre que imaginamos la sensación que nos producen los likes, las interacciones, los comentarios y las reacciones, entonces nos anticipamos a la recompensa y esta recompensa retroalimenta la conducta del posteo.
Asociamos las interacciones con la validación y ésta sube momentáneamente la autoestima, nos hace sentir bien a corto plazo. Y ese ‘sentirse bien’ tiene mucho que ver con la dopamina. Lo que agrava el problema es que todo estímulo que produzca grandes dosis de dopamina es potencialmente adictivo y, sabemos, que las redes sociales lo son.
¿RIESGOS DE PUBLICAR LAS VACACIONES?
Sí. A veces no los vemos, pero los expertos en seguridad coinciden en que las redes sociales son espacios que nos exponen y nos vuelven vulnerables a robos, estafas, secuestros y más. Cada que alguien publica en tiempo real sus actividades de vacaciones, deja expuesto que se encuentra fuera de casa, que ese hogar esta allí, en muchos casos expuesto, por más siste mas de seguridad que se tenga.
No solo eso. Cada vez que alguien publica sus actividades y viajes de vacaciones, deja al descubierto hábitos, estilos de vida y un esta- tus económico muy fácil de perfilar. Es posible que mi hospedaje de vacaciones sea un airbnb casual, pero la foto que publico me muestra a la entrada de un hotel de lujo o de un restaurante con más de una Michelin. Lo que estoy comunicando es un nivel socioeconómico envidiablemente alto que, probablemente, pone en riesgo la seguridad.
Más allá de lo que ocurre en el cerebro con la dopamina, del estatus que comunicamos a través de las imágenes, incluso del riesgo que corramos, parece irresistible publicar nuestra vida. Quizás sentimos -como decíamos líneas arriba- que si no lo mostramos no sucedió, y ahora más que nunca pareciera que la recompensa que nos generan las redes sociales es más poderosa que las experiencias vividas y las sensaciones que registran nuestros sentidos.